El terror me invadió este sábado. Tras una larga estadía en la sala lectura de la biblioteca salí de la habitación para encontrarme con un paisaje desolado y silencioso. El edificio estaba cerrado en su totalidad y nadie en el mas que mis acompañantes y yo. Las puertas cerradas bajo llave por dentro y las salidas de emergencias selladas por un maleficio sobrenatural... como decía el fallecido Juan Ramón Sáenz, ¨aquí se respira el miedo¨.
Estar atrapado en una biblioteca es una simultánea bendición y maldición: tener tanto conocimiento a tu alcance pero no poder divulgarlo afuera. A veces pienso que ese es el destino de los miles de libros eternamente estancados en las repisas. Tienen tanto que decir y pocos son los que se dignan a aprender.
Al fín encontré una salida abierta en el segundo piso y sin apuros salí por ella activando la alarma. Un par de guardias tuvieron el cinismo de regañarnos después del encierro sufrido a causa del descuido de sus compañeros. Regresé a casa para preparame para todo lo que tomó lugar en ese extraño día.
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