25 may 2011

el violinista en el fín del mundo

Un cuento que escribí para mi círculo de lectura:



La manecilla de los minutos apuntó sobre el número doce y un nuevo día había sido marcado en la historia de los momentos incómodos. La profecía del final de los tiempos era la más vil farsa desde el corte completo de la oreja de Vincent Van Gogh. La muchedumbre cantaba y gritaba eufórica en el salón bajo el tránsito de vino barato y sidra por sus venas. En una silla se encontraba Abel resguardando su viejo violín en su estuche negro como el ébano. En su mesa una botella de vino que tomó para él y nadie más, era sorbido a fervientes tragos hasta el momento en que recordó sus pendientes para el nuevo día por lo que se despidió de los anfitriones agradeciendo la velada y prometiendo volver pronto.

Antes de dormir Abel pensó en como las cosas seguían igual después de toda una campaña de terror influida por fanáticos religiosos y gente ociosa. Entonces durmió como nunca en su vida.

En la mañana se levantó a desayunar pero para maldición de tan sagrada comida no había nada comestible en la nevera. Recordó haber invertido todo su dinero ganado como violinista en mujeres y alcohol, dejando en segundo términos a las más básicas necesidades del hombre. Sabía que si el mundo terminaba el lo asumiría como le diera la gana. Se puso sus sandalias y fue al autoservicio de la esquina. El cajero se encontraba en el suelo con una bala en medio de los ojos mientras los demás empleados sucumbían ante el horror y la desesperación. Un asalto había tomado lugar en este local. El hecho le quitó el hambre a Abel, quien regresó a casa.

Abel cogió su violín y tocó Lux Æterna de Clint Mansell en un intento de distraerse del hecho recién presenciado. El intenso dolor de cabeza tomó fuerza a causa de la borrachera del día anterior, impidiéndole continuar con su acto musical. Entonces encendió el televisor.

Se encontraba un clérigo anunciando una nueva fecha para el fín del mundo y reafirmando su postura de sometimiento ante la voluntad divina para alcanzar la salvación. ¨-- ¨ ¡Charlatán! ¨ Gritó Abel al televisor. Al terminar su anuncio vinieron los cortes comerciales, entre ellos el nada esperado refrito de una vieja cinta de culto, el promocional de un mal reality en la cadena de televisión abierta y un nuevo medicamento para las hemorroides. Nada que llamara la atención del joven violinista.

Eran ya las nueve y veinte cuando Abel recordó ir a su entrevista de trabajo en el Instituto de Arte. En su trayecto en automóvil miró por la ventana a niños en la banqueta jugando a ser sicarios y un hombre sospechoso con bolsas blancas en las manos. Era una visión de todos los días y sabía Abel que un solo hombre no puede cambiar la verdad de las cosas.

La entrevista fue un rotundo fracaso. Alguien más había ganado el puesto. Ahora Abel se encontraba en graves problemas. Pronto tendría que dejar lo que tanto amaba para unirse a la plebe. Solo entonces su rostro quedó impregnado de una amarga sorpresa al darse cuenta de la triste verdad:

EL FIN DEL MUNDO OCURRIÓ MUCHO TIEMPO ATRÁS.

Desolado, Abel tomó sus cartas de recomendación y les prendió fuego dentro de un bote de basura. ¨No hay futuro, ni siquiera un presente¨ era la sentencia que recorría una y otra vez su cabeza. Crímenes impunes, charlatanes, la estupidización de los medios, la infancia podrida… Nada que significara progreso. Solo pensó en un par de soluciones a todo lo que le agobiaba: una cuerda atada al ventilador una botella de somníferos. Tirarse del puente es una buena opción. Antes de dar el paso final arrojó su violín a un lote baldío.

Ese fúnebre día su música murió. Al conducir de vuelta a su última morada un niño se cruzó en su camino. - ¨¡Hazte a un lado, niño!¨ gritaba en lo que el niño caminaba lento y asombrado hacia un objeto peculiar para él; un violín oculto bajo escombros y deshecho. El niño tomó el violín y con sus delgados dedos agitó las cuerdas y sonrió. Entonces el temple de Abel fue modificado de una forma positiva por primera vez en un largo tiempo. Aún existe un futuro prometedor para ese niño harapiento si se propone a hacer algo de bien. Abel aún podría ser el maestro de violín que siempre quiso ser.

Abel llamó al niño y le enseñó como tomar el instrumento y crear las más bellas notas. Se había convertido en maestro y ese infante en su nuevo pupilo. Un último pensamiento cruzó su mente esa noche: -¨Bienaventurados los pocos dueños del nuevo mundo¨.

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